
SER CRISTIANO EN UN MUNDO ADVERSO PARTE I
Era de noche y venía manejando de vuelta a mi casa. Me detuve en un semáforo y al lado había una iglesia cristiana. Adentro, un grupo considerablemente grande de personas cantaba con las manos levantadas. Casi de inmediato la luz se puso en verde y avancé.
A pesar de que lo que había visto no tenía nada de particular, la imagen de aquellos feligreses activó en mi mente una pregunta que no pude sacarme de la cabeza por varios días: ¿cómo es que aquí, en este pequeño rincón del mundo, hay cristianos?
La pregunta no iba en un sentido sobrenatural. No me refería a los misterios de la Gracia ni pensaba en los detalles de la Predestinación. Mi pregunta iba más bien en un sentido muy literal: si el movimiento de Jesús alguna vez se limitó a unos cuantos seguidores en la región de Palestina, entonces, humanamente hablando, ¿qué tuvo que pasar para que hoy, dos milenios después, haya seguidores de Cristo incluso aquí?
Como cristiano, creo firmemente que Dios creó, formó, sustentó y extendió a su Iglesia, pero también entiendo que esto no sucedió con un chasquido de dedos. De alguna manera la historia tuvo que encausarse para que hoy, más de dos mil años después, existan cristianos en prácticamente toda la tierra.
El triunfo del cristianismo
Si lo vemos fríamente, lo que pasó en el Imperio Romano es realmente asombroso. A pesar de todos los obstáculos, el movimiento marginal, controversial y hasta extraño de Jesús, en pocos siglos se convirtió en la fuerza religiosa dominante en el mundo occidental.
Pocos días después del episodio del semáforo, llegó a mis manos una copia del libro The Rise of Christianity (El surgimiento del cristianismo), del sociólogo estadounidense Rodney Stark. Publicado por primera vez en 1996, el libro marcó un antes y un después en la forma en que se comprende cómo el cristianismo triunfó en medio de un mundo adverso. Al leerlo, mis preguntas fueron una a una contestadas.
Debo aclarar primero que The Rise of Christianity no es exactamente un libro religioso. De hecho, cuando el libro fue escrito su autor se consideraba agnóstico (posteriormente, en una entrevista del 2007, afirmó ser “cristiano independiente”). Lo que el libro ofrece es un análisis del crecimiento del cristianismo en sus primeros siglos de existencia, dentro del Imperio Romano, desde un punto de vista puramente sociológico. Sin embargo, en ningún momento Stark busca reducir el surgimiento del cristianismo a factores únicamente materiales o sociales. La introducción del libro lo plantea en los siguientes términos:
“… El Nuevo Testamento relata historias de esfuerzos humanos para expandir la Fe, y no hay sacrilegio en la búsqueda de comprender acciones humanas en términos humanos” (página 4).
Lo que encontramos entonces es un análisis meticuloso y lleno de sentido común, revolucionario en su enfoque, de los factores sociales que colaboraron para que los seguidores de Jesús se multiplicaran y cambiaran al mundo para siempre.
Con argumentos sólidos, Stark derriba algunos mitos que han persistido a lo largo de la historia, como la tradicional creencia de que la rápida expansión del cristianismo en el Imperio Romano fue producto de la conversión del Emperador Constantino y la promulgación del Edicto de Milán, en el año 313, que autorizaba la práctica libre del cristianismo. Al analizar el aumento del número de cristianos en el Imperio Romano (40 mil seguidores en el año 150 a más de 6 millones en el año 300), el libro más bien sugiere que la conversión de Constantino fue su respuesta estratégica y astuta al crecimiento exponencial del cristianismo.
Entonces, si no fue Constantino, ni el Edicto de Milán, ¿qué provocó el acelerado crecimiento del cristianismo en el Imperio Romano? Stark plantea la siguiente tesis, tan sencilla como compleja a la vez:
Los cristianos constituían una comunidad intensa, capaz de generar esa persistencia invencible contra el paganismo… Y los principales medios de este crecimiento fueron los esfuerzos unidos y motivados del creciente número de creyentes cristianos, que compartieron las buenas noticias a sus amigos, parientes y vecinos (208).
Para llegar a esta conclusión, el libro identifica varias características particulares del cristianismo que favorecieron su crecimiento y expansión. El análisis de éstas resulta fascinante, mucho más aún si tomamos en cuenta que el contexto en que todo esto sucedió es impresionantemente parecido al presente. No por nada se dice que la historia es cíclica y se repite.
Nace, entonces, una inquietante oportunidad de reflexión: nuestros retos no son nuevos. Podemos aprender del pasado.
Las Buenas Nuevas
A nuestros ojos, los dioses de los griegos y romanos parecen bastante frívolos. Sus caracteres y acciones muchas veces no se parecen mucho a las de un “dios”. Basta con escuchar sus historias: entre ellos abundaban los celos, peleas, venganzas, raptos y violaciones. También importunaban a los insignificantes seres humanos con ocurrencias que más bien parecían bromas crueles.
De hecho, según los filósofos clásicos, los dioses no eran capaces de amar a los humanos. La idea de un ser divino amando desinteresadamente a un hombre o mujer era inconcebible. Además, los paganos consideraban que la misericordia y la compasión eran debilidades, defectos del carácter que debían ser evitados a toda costa, por tanto, era completamente ilógico pensar que un ser divino podía albergar tales emociones, mucho menos hacia los humanos. Y precisamente en este contexto fue que Jesús dijo con total firmeza “De tal manera amó Dios al mundo…”.
La revelación de Cristo trajo, por primera vez, la chocante idea de que Dios podía ser perfectamente justo y misericordioso a la vez. Igual de descabellado era escuchar que Dios ama a los humanos y está interesado en establecer una relación personal con ellos. Esto, además, implicaba algo que hasta entonces nadie había escuchado: si Dios ama a la humanidad, entonces sus hijos no pueden agradarle a menos que ellos también se amen los unos a los otros. Y esto lo cambió todo.
“Fue la forma en que estas doctrinas tomaron cuerpo, la forma en que ellas dirigieron las acciones organizativas y el comportamiento individual de los cristianos, lo que condujo al ascenso del cristianismo” (211).
El tiempo para poner todo esto en práctica no pudo ser el mejor. Durante los primeros siglos del cristianismo, el Imperio Romano vivió tiempos complicados. Una serie de desastres, incluyendo guerras, terremotos y epidemias presentaron el escenario ideal para que los cristianos mostraran el poder transformativo de su recién adquirida fe.
Los cristianos cuidaban a las viudas, huérfanos y pobres. En tiempos de peste, atendían con esmero a los enfermos y moribundos, en lugar de huir y dejarlos a su suerte, como acostumbraban a hacer los paganos. Toda esta compasión comunal daba credibilidad al poder transformador de la fe cristiana que sus miembros predicaban, y el mundo se maravillaba.
El Emperador Juliano II, fiel defensor del paganismo, notó estas actitudes con preocupación. Veía como los cristianos ganaban cada vez más seguidores, mientras que los templos paganos estaban cada vez más vacíos. En una carta a uno de los principales sacerdotes pagano de la ciudad de Galacia, escrita en el año 362, se quejó de que los paganos necesitaban igualar las virtudes de los cristianos, porque el carácter moral de éstos y su benevolencia hacia los extraños los hacía muy populares.
En otra carta, Juliano escribió: "pienso que cuando los pobres pasaron a ser descuidados y pasados por alto por nuestros sacerdotes, los impíos galileos observaron esto y se dedicaron a la benevolencia. No apoyan sólo a sus pobres, sino también a los nuestros, así que todos pueden ver que nuestra gente carece de nuestra ayuda".
Lo que el mundo veía en los seguidores de Cristo iba más allá de simple caridad. La vida de los cristianos mostraba un amor radical, sincero y desinteresado, que implicaba sacrificios y que incluso muchas veces los ponía en riesgo (por ejemplo, en el caso de las pestes). Todo esto contrastaba drásticamente en una sociedad cruel y egoísta.
The Rise of Christianity nos invita a leer lo que Jesús dijo en Mateo 25:35-40 como si fuera la primera vez, con el fin de tener una idea del poder de esta impactante moralidad cuando fue nueva:
Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron”. Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí.
Bien lo dijo Tertuliano, Padre de la Iglesia, en tiempos de persecución:
“Es nuestro cuidado por los indefensos y nuestra práctica de la bondad amorosa, lo que nos marca a los ojos de los que se oponen a nosotros”.
Continuara...
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