
NUBES NEGRAS
No sé por qué siempre he encontrado tanto placer en recibir cosas gratis. La última vez que me regalaron un buen número de artículos gratis fue en una conferencia en Estados Unidos. Los artículos variaban entre pequeños libros, libretas de instituciones educativas y vasos especiales para tomar agua. Uno de los libros que me regalaron hablaba sobre el sufrimiento y parte del prefacio decía así: “Cuando un cuello roto arrinconó mi vida, sentí que Dios me había aplastado como si fuera un cigarrillo. Cuando llegaba la noche y yo estaba en el hospital solo, mi desesperación era tanta que trataba de golpear lo que quedaba de mi cuello contra la almohada para intentar acabar con la miseria. Llegó el día cuando salí del hospital, pero yo no quería ver a nadie, mi hermana era quien me cuidaba y muchas veces le pedí que cerrara las cortinas del cuarto porque no quería ver la luz del sol. Mi parálisis era permanente y sentía que había muerto por dentro”*.
Dios permite la aflicción en nuestras
vidas para lograr sus perfectos
planes de redención.
No se necesita estar en una silla de ruedas sin movimiento del cuerpo para poder identificarse con la persona que narra esa experiencia. Muchos de nosotros hemos pasado o estamos pasando en este mismo momento por nubes muy densas y oscuras. Hay problemas que no se arreglan, relaciones que no florecen, personas que han muerto y múltiples sentimientos de impotencia que nos llevan a la desesperación. A veces sentimos que queremos morir, pero no lo hacemos. Entonces, la pregunta correcta sería: Dios, si no voy a morir, ¿cómo puedo seguir viviendo?
Esta es la primera gran enseñanza del sufrimiento. Está bien sentirlo, es humano pasarla mal, pero lo que se vuelve inhumano es transitar por esos caminos sin la ayuda y la presencia de Dios. No importa cuántas nubes oscuras nos rodean, en esta primera etapa no tiene trascendencia entender por qué; pero lo que sí puede añadir mucho valor a nuestros días de dolor es lamentarnos ante aquel que sostiene la tormenta.
El libro que escribió el profeta Jeremías basado en sus lamentaciones dice en el capítulo 3:1 “Yo soy aquel que ha sufrido la aflicción bajo la vara de su ira.” Como vemos, Jeremías no ha escondido su aflicción de Dios; por el contrario, el sufrimiento debe de ser llevado a Él. Eso suena muy lógico, pero es sorprendente cómo los momentos oscuros nos pueden alejar de Dios, y si estamos en un lugar de conflicto con nuestro creador las cosas estarán bastante lejos de mejorar. Dios, el Señor y Padre de Jesucristo nuestro Salvador, permite la aflicción en nuestras vidas para lograr sus perfectos planes de redención, y si le damos la espalda su propósito no será percibido.
tenemos permiso de vocalizar nuestro
dolor para así movernos hacia la
adoración centrada en Dios
Así que, si algo te duele o si algo se te ha vuelto inmanejable, no huyas de Dios, más bien corre hacia Él para entregarle tus dolencias. Es posible que Dios decida no quitar nuestra oscuridad, pero su compañía disipa el miedo y trae alivio. De hecho, las palabras de la Biblia son las que pueden dar una voz a nuestro dolor. En Salmos 13:2-3 leemos: “¿Hasta cuándo he de estar angustiado y he de sufrir cada día en mi corazón? Señor y Dios mío, mírame y respóndeme; ilumina mis ojos.” Para muchas personas recibir luz en medio de la tormenta significa entender el propósito de la prueba. Aunque antes de eso, lo que sí es de vital importancia es caminar en el dolor aun sin mucho entendimiento, pero con la libertad de lamentarse. Muchos Salmos y el libro de Lamentaciones nos muestran que tenemos permiso de vocalizar nuestro dolor para así movernos hacia la adoración centrada en Dios y tener confianza.
Lamentarse es como vivir en dos polos: uno es la confianza en la soberanía de Dios y el otro es lo cruda que puede ser la vida. El lamento es como presentamos nuestras dolencias a Dios; sin lamento la oscuridad no se procesa, se queda en nuestro interior como enojo o amargura. La primera parte de la sanidad de cualquier persona debe tener lamento, el dolor debe expresarse y no precisamente para buscar soluciones. El lamento es la forma en que los cristianos procesamos el luto y ahí, en medio de la prueba, aprendemos las verdades de Dios y del mundo en que vivimos.
Finalmente, el lamento es una liturgia divina que nos dirige hacia la misericordia. Si hoy estas en una noche oscura de tu alma no pierdas la paz, no trates de entender tan rápido; lo primero por hacer es decirle a Dios lo que hay en nuestro interior y solicitarle a Él, el Dios de toda fortaleza, su gracia en el tiempo de necesidad. Luego habrá mucho tiempo para buscar soluciones y existirán oportunidades para analizar la razón de los acontecimientos, pero el luto, antes que cualquier cosa, hay que traérselo a Dios de la manera más honesta y humilde posible; ahí es cuando su rostro nos ilumina. Puede ser que las nubes negras no se disipen rápidamente, pero tenemos quién nos guíe por ese sendero.
*Dark Clouds Deep Mercy; Mark Vroegop