EL MINISTERIO

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Nadie puede decir que el título de este artículo es fácil de explicar. Podemos dar explicaciones robustas de su significado, pero siempre habrá una longitud y una medida muy amplias. Se llama el ministerio a la vocación o el trabajo que tenemos por Dios. El ministerio está íntimamente ligado con los dones y talentos de los creyentes, porque de acuerdo con ellos, se determina el ministerio en que cada uno va a servir. Si alguien tiene el don de predicar, su ministerio es la predicación y si otra persona tiene el don de oración, se dedica a interceder por las otras personas. Es importante establecer que todo hijo de Dios tiene un ministerio. 

Muchas veces vemos personas más involucradas en la iglesia que otras, pero esto sucede únicamente porque esas otras no han descubierto o no han puesto a disposición de Dios lo que Él les ha dado. Mi opinión es que no hay nada en el mundo que se compare con tener un ministerio, pues hay una satisfacción inigualable al bendecir a otras personas con los regalos que uno ha recibido de Dios.

No servimos porque seamos indispensables,
porque nadie lo es.

No es común escuchar a alguien hablar de los talentos y dones que se han recibido. Más bien, creo que es un tema que debemos tratar con cuidado, pero, en este caso, me tomo el riesgo solo con fines ilustrativos: Yo tengo el privilegio de pastorear y predicar en una iglesia. Cuando hablo de “iglesia” no quiero decir un edificio, sino una congregación o grupo de personas que buscan a Dios en comunidad y se sirven unos a otros. Ahí, yo ofrezco mis charlas, comparto mis reflexiones sobre La Biblia y trato de escuchar a la gente. Uno de los obstáculos más grandes que enfrento para que esto salga bien “soy yo mismo.” Continuamente en mi ministerio trato de verme bien, a veces les ofrezco a las personas mis reflexiones propias y no las de La Biblia. En ciertas ocasiones, no me detengo a escuchar a quienes me buscan y trato de darles soluciones a cosas de las que ni siquiera padecen. ¡No es fácil tener un ministerio! Se requiere de una dependencia constante de Dios y de una conciencia implacable de que lo mejor que puedo darle a alguien es a Cristo.
No sé si les haya pasado que a veces en el camino nos encontramos con muchas personas que dicen querer servir a Dios, pero cuando se informan de lo que se requiere para hacerlo, huyen como las tinieblas cuando se asoma la luz. Eso es algo que he aprendido con los años, como lo dice la Escritura: “Todo aquel que quiera ser mi discípulo que cargue con su cruz y que me siga.” Servirle a Dios es un gozo, sin embargo, tiene momentos agridulces. No se trata de hacer el bien para ser recompensado u ofrecer un poco de mi tiempo para sentirme mejor conmigo mismo. El ministerio se trata de total rendición, de desarrollar un deseo profundo de sacrificio, no para sentirme bien, sino para que Dios se vea exaltado.

Y todo esto, ¿para qué lo hacemos?
¡Para la gloria de Dios y no
para la nuestra! 

Alguna vez te has preguntado, ¿por qué servís a Dios? En este preciso instante, mientras escribo estas palabras, me lo estoy preguntando y mi interior me responde que es porque Él me lo ha pedido. No estamos hablando de si yo estoy en lo correcto y alguien no lo está. Lo que quiero subrayar es que la única razón que existe en el mundo entero por la cual yo debería tener un ministerio es por el llamado que Dios ha hecho a mi vida. Solo de esa manera puedo empezar de forma adecuada este gran proceso que es mi ministerio. 

Necesitamos sentir sobre nuestra vida un “jalón” de Dios. El sentimiento de que su voz es más fuerte que todas las demás y merece ser escuchada. No servimos porque seamos indispensables, porque nadie lo es. Servimos porque queremos ser obedientes a aquel a quien pertenecemos y ha comprado nuestras vidas. El ministerio es la simple respuesta a la salvación que Cristo ha comprado, nos sentimos amados y nunca dignos de semejante gracia, por eso, estamos dispuestos a hacer lo que Él quiera. ¿Estás sirviendo a Dios? ¿Lo estás haciendo por las razones correctas?

El escritor Warren Wiersbe acomoda muchas ideas centrales del ministerio y la ética de la siguiente manera: “El ministerio sucede cuando los recursos divinos satisfacen las necesidades humanas, por medio de canales de amor, para la gloria de Dios.” Lo primero que un ministro o quien tiene un ministerio debe hacer es encontrar una necesidad. Los ojos de un cristiano no tienen que estar puestos en sí mismo, sino que deberían andar buscando quién necesita de Dios. Y como andamos buscando quién necesita de Dios, cuando encontramos a esa persona no nos damos a nosotros mismos, sino que le damos lo mejor, a Dios. Cuántas veces hemos “ayudado” a alguien, sin embargo, no le hemos dado lo que realmente necesita que es a Jesucristo. 

El ministerio se trata
de total rendición

Wiersbe nos dice que todo don, todo talento y toda habilidad debería apuntar hacia Jesús. Las necesidades humanas se llenan con recursos divinos, eso quiere decir que todo servicio debe proporcionar la gracia de Dios en el momento oportuno. Yo mismo muchas veces he creído servir a Dios cuando lo que estoy realmente haciendo es terminando solo con “tareas”, obras hechas sin amor. Son los canales de amor los que brindan aliento, son las palabras dichas con misericordia y las obras ofrecidas con devoción las que hacen la diferencia. Y todo esto, ¿para qué lo hacemos? ¡Para la gloria de Dios y no para la nuestra! 

Si logramos servir y nadie se dio cuenta que fuimos nosotros, es mejor, así nadie me va a ver, sino verán al Dios que cambió mi corazón y también mi destino. El ministerio es algo hermoso, lo es porque es un regalo de Dios, quien nos da todas las cosas y, especialmente, las que traen propósito a nuestras vidas.

 

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