EL TIEMPO PASADO DE DIOS

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Hasta el momento no he encontrado mucha controversia con la definición exacta del pasado. En palabras llanas y sencillas, es el tiempo anterior al presente. Puesto de otra manera, el pasado es todo aquello que se dio y se consumó antes de que llegara el tiempo en el que estamos en estos momentos. El pasado ya pasó y no volverá a nosotros a menos de que lo traigamos con nuestra memoria.

Por lo anterior, es muy importante comprender “que lo pasado es pasado”, como diría la canción, porque el pasado tiene un lugar preponderante en nuestra salvación, en cómo nos sentimos delante de Dios y también delante de la gente. Jesucristo murió por nuestros pecados para dejarlos atrás y que así ellos no tengan poder sobre nosotros en el presente, pero, si usted se parece a mí, a veces lucha con no olvidarse de quién era.

La Biblia nos ilustra que antes de
Cristo era otro tiempo en nuestras
vidas, él vino a marcar un antes
y un después.

Si leemos 1 Corintios 1:2 nos daremos cuenta en cuál tiempo considera Pablo el Apóstol que sucedió la santificación de los creyentes: “A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su pueblo santo.” Así, se entiende que los creyentes recibieron la santidad que otorga la unión con Cristo en su muerte y resurrección apenas creyeron.

También hay un versículo en 2 Corintios 5:17 que lo dice así: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo es una nueva creación. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo.” Recordemos que “estar” en Cristo es un término tanto teológico como geográfico. Desde lo teológico, estar en Cristo significa estar unido a él, haberlo reconocido como el pan de vida y el Salvador. Significa, también, ser parte de su familia y tener al Espíritu Santo en nuestro interior. Desde lo geográfico, significa que estamos ubicados en el hijo de Dios. Si estamos literalmente parados sobre él y, por lo tanto, sobre su obra, no hay nada que nos pueda extraviar. Estamos en el terreno de Dios y seguiremos ahí, porque su escogencia es para siempre. ¿Logra usted verse de esta manera hoy mientras lee este escrito?

Hay un texto, específicamente en Efesios 2:1-2, que nos aclara aún más el panorama de lo que sucedía en un hijo de Dios antes de serlo: “En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en desobediencia. En otro tiempo, estaban muertos, andaban...” La Biblia nos ilustra que antes de Cristo era otro tiempo en nuestras vidas, él vino a marcar un antes y un después. Ahora estamos vivos y no andamos conforme a los poderes de este mundo. El verso 8 de este mismo capítulo dice: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe.” Hay que poner atención aquí, pues los creyentes sí somos parte de un proceso de santificación o de salvación, pero ese proceso es el resultado de algo ya terminado y es nuestra salvación en Cristo.

Según el Evangelio, darnos esa sensación de un nuevo comienzo es central en la obra de Jesucristo. Es como si nuestra hoja de vida hubiese sido arrugada, quemada y desaparecida, y en lugar de ella se hubiese puesto la justicia de Jesús. Si lo queremos imaginar en un sentido más práctico, funciona como cuando un hombre le pide a su novia matrimonio. El momento en que ella dice que sí ya están comprometidos, pero su compromiso se desarrolla cuando ellos empiezan a vivir esa verdad preparándose para la boda. En nuestro caso, Dios nos invita a vivir la verdad de nuestras vidas, el cielo nos sonríe y nos hemos comprometido con Cristo mientras esperamos la boda del Cordero.

Además, su sacrificio es tan robusto
que logra funcionar para siempre

Creo que una autopista para llegar a la contundencia de que Jesucristo ha dejado nuestros pecados y nuestra antigua vida atrás es el capítulo 10 de Hebreos. En el verso 14 leemos: “Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando.” El contexto de este versículo es Jesús como sacerdote, pues no solo ofreció el sacrificio por todos los que iban a creer en él, sino que se dio a sí mismo como sacrificio.

Lo impactante de la intervención de Jesús es que es completa. Él funge como sacerdote o presentador del sacrificio, él funge como sacrificio perfecto limpio e impecable delante de Dios.  Además, su sacrificio es tan robusto que logra funcionar para siempre. Esto, para algunos de nosotros que nacimos de este lado del planeta, no cobra tanta trascendencia porque nunca hemos visto un sacerdote ofreciendo sacrificios; sin embargo, para los judíos es algo fabuloso ya que significa que ellos no necesitaban seguir sacrificando anualmente animales para ser purificados y sentirse sin culpa.

Jesús fue sacrificado una vez y para siempre. En adelante, después de él, nadie tiene que hacer nada; podemos vivir contemplando que él es Dios, ya que Jesús lo hizo todo. Hebreos 10:17 dice: “Después añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades.” No sé usted, pero yo nunca había sentido las palabras “nunca más” tan cálidamente.

En este punto llegamos a la máxima claridad de mis palabras. Jesús murió y nunca más tenemos que preocuparnos por el pasado. Nos espera una vida con Dios y un proceso de transformación a su imagen. El autor de nuestra fe murió maltratado y humillado para que gozáramos de libertad. Por eso no estaría bien seguir viviendo como si Dios fuera una extraña deidad y continuamente considerara nuestros trapos sucios. Tan largo como está el Este del Oeste él se ha llevado nuestras transgresiones.

Dios ya hizo todo por nuestro pasado,
ahora, ¿qué vamos a hacer nosotros?

Amigos, dejando de hacer tanto énfasis en nuestro pasado, pasemos ahora sí a imaginarnos el presente y el futuro. Pongamos nuestro corazón en Jesús que está en el futuro, pero sin nuestro pasado. Esa es la obra que hizo Jesús, él vino a cortar la cinta que nos estaba enredando y a quitarnos el bulto que nos estaba estorbando.

De hoy en adelante debemos hacer planes sin contar con nuestra culpa y sin considerar nuestros pecados. Cuando nos tengamos que presentar delante de alguien, aun si esa persona nos conoció en nuestra vida antigua, debemos gozar de la confianza de ser nuevos y redimidos. Así que de hoy en adelante preséntese como un soldado del ejército de Dios, como alguien que no se vuelve atrás y acaba perdiéndose, sino como un seguidor de Jesús de los que tienen fe y saben que sus pecados han sido tirados al fondo del mar, que tienen una nueva identidad y que Dios va a preservar su vida. Dios ya hizo todo por nuestro pasado, ahora, ¿qué vamos a hacer nosotros?

 

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